
En el rico crisol cultural de la tierra jarocha se desarrolló un son de cualidades únicas: un son bonito, alegre, de ricos matices musicales, que invita a los danzantes a zapatear con ganas en tarimas siempre listas para ese propósito. Se trata de música buena y agradable: buena por la riqueza de su polifonía y por sus dificultades interpretativas; agradable por su expresión de un gozo de vivir que admite pocos, aunque profundos, momentos de tristeza.
El instrumento fundamental del son jarocho es la jarana, una guitarra pequeña de cinco cuerdas de las cuales tres son dobles. Se trata, pues, de ocho cuerdas que se rasgan con fuerza para lograr un sonido que es tanto de cuerdas como de percusión. La jarana tiene, desde luego, variantes: mosquito, primera, segunda y tercera, que se distinguen visualmente por su tamaño, de menor a mayor, respectivamente, y musicalmente por su tono, variando de agudo a grave.
La línea melódica la lleva principalmente el requinto jarocho, o guitarra de son, una pequeña guitarra de cuatro (a veces cinco) cuerdas. En este instrumento, quizá como en ningún otro, brilla la creatividad de la improvisación dentro de las estrictas reglas del arte del son jarocho.
De la melodía se encarga a veces, en algunos grupos, el arpa jarocha, instrumento que también sabe acompañar el punteo de los requintos. Los tonos bajos corren por cuenta del león o de la leona, guitarras de cuatro cuerdas de mayor espesor que la más grande de las jaranas. En cuanto a las percusiones, la principal es, sin duda, la tarima de madera que vibra al ritmo de un zapateado enérgico, pero abundan los panderos y las peculiares quijadas de burro.
Veracruz, además de puerto de nostálgicos encuentros y capital de un estado naturalmente exuberante, siempre se ha vanagloriado de ser la capital musical de México. Ha sido todo, desde el refugio de numerosos músicos cubanos-entre ellos Celia Cruz, Beny Moré y Pérez Prado-, hasta la escala predilecta de marineros rusos y el lugar obligado para todo mexicano que ansía volver agotado a casa.
Es impresionante que la buena música tradicional haya sobrevivido aquí; largos años de competencia con las grandes orquestas de baile, las marimbas callejeras y los mariachis, no han logrado marginar a los grupos de son jarocho. Persisten los sones como
Los años cuarenta y cincuenta son considerados como la edad de oro del son jarocho, época en que los mejores músicos acudían a México, desde lo más remoto del estado de Veracruz, para convertirse en estrellas del celuloide y del vinilo, en locutores de radio e imanes de los escenarios más prestigiosos de América Latina. A pesar del acelerado desarrollo de la ciudad de México y de los nuevos estilos de vida, no se extinguía el gusto por la música tan recurrente en los bailes y las fiestas del pueblo.
Hacia el sur de Veracruz, donde la cultura indígena diluye la fuerte presencia africana del puerto y otras regiones del estado, todavía se tocan sones jarochos en los fandangos, la fiesta popular jarocha, donde las parejas se alternan sobre la tarima de madera, agregando con su complejo zapateo una nueva capa a los densos ritmos elaborados por las guitarras.
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